Arsenio Escolar, presidente de CLABE: «La desinformación es una de las más graves amenazas que se ciernen sobre las democracias»

Texto íntegro de la intervención de Arsenio Escolar, presidente de CLABE, en la I Jornada contra la Desinformación

Empezamos ahora las sesiones de tarde de esta I Jornada contra la Desinformación. Primera, porque tenemos vocación de continuidad, de convertirla en un foro permanente de reflexión y de debate sobre este asunto.

En las sesiones de la mañana, hemos escuchado a numerosos expertos del sector de la comunicación, del periodismo, de la tecnología y del mundo académico. Ahora, durante la tarde, vamos a escuchar sobre todo a las instituciones, a los administradores de lo público, a los políticos.

En las sesiones de la mañana, creo que ha quedado claro y palmario un hilo conductor común en la reflexión. Tenemos un problema. Tenemos un gravísimo problema. No solo nosotros, los medios de comunicación. Tenemos un gravísimo problema el conjunto de la sociedad. La desinformación fomenta la confrontación, deteriora y pervierte el debate público, manipula la opinión pública y lesiona gravemente la democracia. La desinformación es una de las más graves amenazas que se ciernen sobre las democracias.

No hace tantos años, en el periodismo había una máxima incontestable: “Las opiniones son libres, pero los hechos son sagrados”. La formuló el periodista, editor de prensa y político británico Charles Prestwich Scott. “Comment is free, but facts are sacred”. Lo escribió y publicó hace ya más de un siglo, en 1921, en un artículo con el que The Guardian, del que entonces Scott era el editor, el propietario, tras haber sido mucho tiempo el director, celebraba sus cien años.

Todo el artículo estaba lleno de sabias reflexiones sobre la práctica del periodismo. Creo que siguen vigentes aún hoy.

Decía, por ejemplo: “Un periódico tiene dos caras. Es un negocio, como cualquier otro, y tiene que pagar en el sentido material para poder vivir. Pero es mucho más que un negocio; es una institución; refleja e influye en la vida de toda una comunidad; puede afectar destinos aún más amplios. Es, a su manera, un instrumento de gobierno. Juega con las mentes y las conciencias de los hombres. Puede educar, estimular, ayudar o puede hacer lo contrario. Tiene, por lo tanto, una existencia tanto moral como material, y su carácter e influencia están determinados principalmente por el equilibrio de estas dos fuerzas. Puede hacer de la ganancia o del poder su primer objetivo, o puede concebirse a sí mismo como cumpliendo una función más elevada y exigente”.

Decía también: “Un periódico es, necesariamente, una especie de monopolio, y su primer deber es evitar las tentaciones del monopolio. Su función principal es la recopilación de noticias. A riesgo de su alma, debe asegurarse de que el suministro no esté contaminado. (…). La voz de los opositores, no menos que la de los amigos, tiene derecho a ser escuchada”.

C.P. Scott, voy a decirlo otra vez, fue periodista y político. Cuando escribió lo que acabo de leer ya había sido miembro durante diez años del Parlamento Británico, por el Partido Liberal. Recomendaba y hacía lo mismo en The Guardian que en la tribuna parlamentaria.

Los bulos, las mentiras, las falsedades, la desinformación… han existido siempre. Lo nuevo y grave de nuestro tiempo son dos factores. Uno, que la velocidad de expansión de la desinformación se ha multiplicado gracias al mal uso de la tecnología y de las redes sociales. Y dos, que la desinformación consciente, planificada, ha comenzado a ser herramienta habitual y frecuente en algunas personas, instituciones y medios que hasta ahora no entraban en ese juego sucio.

Que la mentira y la desinformación hayan pasado a ser consideradas como una práctica aceptable o al menos excusable en el primer nivel de la política y del periodismo es una de las peores noticias de nuestro tiempo. Que las opiniones sean libres y también los hechos sean libres, no sagrados, es una tristísima y devastadora novedad.

“Alternative facts”, “Hechos alternativos”. La frase fue usada en un programa de televisión el 22 de enero de 2017 por una consejera de Donald Trump, que dos días antes había tomado posesión como presidente de Estados Unidos. La consejera de Trump, que se llamaba Kellyanne Conway, defendía así a otro alto cargo, el secretario de prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, que el día anterior había mentido en una rueda de prensa al comentar la asistencia de personas a la toma de posesión de Trump. En la entrevista televisiva a la consejera, el entrevistador, Chuck Todd, insistió en que el secretario de prensa había utilizado en su comparecencia una “falsedad demostrable”. Conway replicó que no, que simplemente estaba dando “hechos alternativos”. Y Todd replicó: “Mira, los hechos alternativos no son hechos, son falsedades”.

Necesitamos más periodistas como Chuck Todd y menos políticos como Conway, como Spicer o como Donald Trump.

No nos preguntemos ahora quién empezó antes. Si algunos políticos o algunos medios. Si algunos políticos y algunos medios de un lado de la escala ideológica o del lado contrario.

Preguntémonos más bien qué tenemos que hacer unos y otros desde el periodismo, desde la política, desde las plataformas tecnológicas o desde la ciudadanía para que este preocupante fenómeno de la desinformación no acabe con la democracia.

Picture of Montse Cerro

Montse Cerro